Gracias amigos, disfruté mucho con Soledad.
15 de
julio del 2009, definitivamente, éste, no ha sido su día. Ya debería estar
inscrita en el seminario de filosofía, pero...Schade, la persona encargada de
las inscripciones no está y al no tener nada que hacer mas que recoger su tan
esperado CD de Lacrimosa decidió llamar a sus “amigos” para que la acompañaran
a no explotar de felicidad cuando recibiera el CD, pero otra vez Schade...Nadie
tenía tiempo. Uno de ellos acababa de liberarse de los brazos de Morfeo,
mientras que el otro, se encontraba bastante ocupado cerrando puertas
(pasatiempo que se había convertido en una costumbre xD). Se vio sola. Parecía
que el infortunio había decidido irse a vivir con ella, al menos eso creía. Sin
embargo, ya había tomado la decisión de ir. No podía quedarse parada esperando;
tomó el primer microbús con dirección a Phantom music store, miró alrededor;
tropezó con un tipo, cayó como un costal de papas sobre el primer asiento
disponible; miró a la tipa sentada al lado, dejó de lamentarse; dirigió la
mirada hacia el infinito; el carro arrancó.
El CD estaba ya en sus manos, había que
festejar tremendo acontecimiento. Siempre quiso ir a la Tiendecita Blanca, pero
nunca pudo. Al salir de la tienda de música decidió que, ya que estaba sola y
disponía de dinero, sería una buena idea ir por primera vez a la dichosa
Tiendecita. Una vez que estuvo allí, se dirigió a la puerta principal,
miró la carta; el tipo de seguridad la estaba observando. Ella suponía que era
el poncho rosa que estaba usando -era demasiado llamativo- pero a quién le
importa. El poncho es lindo, colorido y hace juego con sus aretes, pensó ella.
Los precios de la carta eran razonables, claro para alguien con más de 50 soles
en el bolsillo, y ella disponía tan solo de 15 soles con 36 céntimos y una
tarjeta. Se preguntaba dónde podía estar la sección de café, pero el tipo de
seguridad seguía mirándola. Fue entonces que pudo sentir miles de miradas
dirigiéndose a ella, al poncho, a su cabello desordenado, a su mirada perdida,
a su descolorido bolso negro, a sus zapatillas sucias, a su nerviosismo, a su
patética forma de quedarse mirando una tonta carta. No pudo más, dio media
vuelta; miró de nuevo a toda esa gente y su estúpida expresión; se dirigió a
otro lugar. No podía creer no haber podido entrar, se sintió patética.
Necesitaba un refugio donde poder respirar. Cruzó la calle, chocó con tres
personas; bailó el vals con otras dos y finalmente se detuvo frente a un kiosco
a preguntar por el precio de esos pañolones que todo el mundo usa. Es irritante
que todo el mundo tenga uno menos ella, se siente nuevamente patética por
desear algo tan trivial.
Al fin llega, el Café-Café. Es el único lugar en
todo Lima que la hace sentir segura, pero lastimosamente el infortunio había
decidido no dejarla ni por un segundo. Es por eso que, cuando ella llegó y
subió al segundo piso y se sentó frente a una mesa donde al parecer unas
personas hablaban muy entretenidas acerca del clima, algo inesperado tenía que
ocurrir. Ellos voltearon a verla, debe ser el poncho fucsia, pensó otra vez.
Tomó asiento, la morena de siempre se acercó a atenderla. Nunca, antes se había
detenido a pensar sobre el origen de esta mesera. Es casualidad que sea siempre
ella la que la atienda, ¿o no?, se pregunta. Le llevan la carta, no tarda mucho
en decidirse. Un Mocaccino regular y tostadas es su pedido. Mientras espera y,
ya que está sola, se concentra en escuchar las conversaciones de todas las
personas que están alrededor. Los de la mesa de al lado están hablando en
inglés, al parecer odian el invierno. La mesera se llama Rosa, al igual que
Rosa la bella del libro La Casa de los Espíritus de Isabel Allende. Pero esta
Rosa no es tan hermosa como la del libro, es más bien, una morena alta, delgada
y vieja. No que no sea bella, tal vez lo fue alguna vez, pero ahora solo han
quedado restos de lo que alguna vez fue. Piensa, piensa por un rato. Hay dos
tipos que están colgando cuadros al óleo en el techo – son muchos cuadros- se
dice a si misma. Los cuadros son de todos los tamaños, formas, temas y colores.
Los tipos que los están colocando tienen una pinta graciosa-piensa ella-
parecen hermanos, tal vez lo son. Uno de ellos, el de los lentes de John Lenon,
se acerca y pregunta: « Disculpe, señorita, ¿está esperando a alguien». Ella
levanta la mirada, le sonríe y le dice que no espera a nadie (¿será que quiere sentarse conmigo?) él
le devuelve la sonrisa y le pregunta si puede utilizar una de las sillas de su
mesa. La necesita para poder pararse sobre ella y colocar uno de los tantos
cuadros que aún faltaban, bueno,- qué ocurrencia, pensar que se sentaría
conmigo- pensó y se sintió algo avergonzada. Mientras él y su compañero colocan
el cuadro, ella piensa observando todo y a todos. Casi todas las personas están
acompañadas de alguien: amigos, enamorados, conocidos, colegas, y ella, bueno,
ella está acompañada de un café con tostadas, mantequilla y mermelada.
Supone que la soledad no es tan mala después
de todo. Sigue mirando los cuadros, son tan coloridos. Miraflores le parece un
lugar extraño, al igual que el Wong. Cuando siente the mean reds se viste,
toma una carro y va a Wong. Le encanta ver toda esa diversidad de comida toda
junta, juega con las frutas, habla con ellas. La gente la mira, deben pensar
que está en drogas, pero a quién le importa. En fin, le gusta Miraflores,
porque le divierte caminar y ver las tiendas llenas de ropa, los postecitos
verdes y se pregunta por qué son tan verdes, le gusta aquel hombrecito también
verde, ese que aparece en los semáforos contando los segundos para que la gente
cruce la calle, le gusta la Tiendecita Blanca y pensar que algún día tendrá el
valor de entrar, le gusta ver a la gente extranjera con sus ropas coloridas y
de pronto Moon River con Frank Sinatra. Es una bonita canción, en el Café-Café
siempre puede escuchar la música que le gusta. Tararea la canción y recuerda a
su tonto amigo, el de las puertas, se pregunta por qué será tan tonto, aunque,
la verdad es que ella lo adora, nunca pensó que podría tener un amigo, porque,
de hecho, creía, al igual que su ex caballero Conejo, que la amistad entre
hombres y mujeres era mentira. De pronto un ex affair la llama; quiere verla,
pero ella no sabe si ella quiere verlo a él. El Mocaccino empieza a enfriarse .Lleva
una hora escribiendo en un cuaderno. El tipo de los lentes de John Lenon la
está mirando- debe ser el poncho, se dice así misma. Él está cantando y dice
que el fucsia es un color bonito. Voltea y le sonríe, después de todo a cuantos
hombres les gusta el fucsia. Ya no queda café. Por alguna razón ir al Café-
Café la reconforta. Sentir aquel olor penetrante de café caliente que parece
disipar todas sus penas. Un café amargo y dulce a la vez. Sola y acompañada por
todo y todos. Hay tanto que ver en el mundo, como dice la canción Moon River,
tantas cosas que hacer, oír, oler, probar, romper, descubrir, arruinar y todas
querría hacerlas con un café al lado. La soledad, piensa ella, es a veces una
buena compañera, porque, a decir verdad, es la única que nunca la ha
abandonado, es más, es la única que jamás se ha negado a acompañarla. Ha estado
con ella en los más diversos e insólitos momentos, porque solos venimos y solos
nos vamos.
Al fin terminó su última tostada y se siente
muy llena. Los autos siguen pasando, la gente sigue comiendo y tomando sus
cafés; ella sigue escribiendo. Se mira al espejo y ve a una chica en fucsia;
parece una niña y, sin embargo, ella sabe que no lo es, mas se aferra a
seguir pretendiendo ser una niña, se niega a crecer, porque no puede jugar el
juego de la vida, no puede. Seguirá mirándose al espejo y se negará a ver a la
mujer que esta allí mirándola, porque es mejor detener el tiempo y pretender
solo pretender. El mundo seguirá girando, la luna continuará su ciclo; sus
amigos se irán, el amor vendrá y se irá luego. Al final, habrá acabado todo y
quién sabe si ella logrará cumplir sus sueños, alcanzar sus metas, conquistar
el mundo, quién sabe. 50% se lo deja al destino, el resto...el resto
depende.........
Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces, mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llenas de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. (Rayuela, Julio Cortázar)
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